Carta abierta a la Revista Semana

Como lectora regular de la Revista Semana escribo esta carta en la que quiero manifestar mi molestia por el artículo “Rumba y sexo en Andrés Carne de Res”, publicado en la edición en línea del sábado 16 de noviembre 2013.

La noticia se refiere al escándalo sobre la denuncia en contra de Camilo Enrique Ramírez por la violación de una joven de 19 años en un prado/parqueadero del famoso restaurante de Bogotá Andrés Carne de Res, de quien Andrés Jaramillo es propietario. Hasta el día de hoy no parece haber sido reportado en ningún medio, ni en las redes sociales, el retiro de la susodicha denuncia, lo que implica que la investigación sigue abierta. Sin embargo, la Revista Semana encuentra pertinente publicar un artículo donde el término “sexo” reemplaza el término “violación”. A través de esta estrategia lingüística, con la aparente intención de deslegitimar la versión de la joven y tomar partido a favor de Camilo Enrique Ramírez y de Andrés Jaramillo, la Revista Semana tergiversa la información, desinforma a la ciudadanía, y participa de manera negativa en el campo político y cultural.

En el encabezado se declara que Semana “revela los detalles del episodio que terminó con una supuesta violación en el restaurante de Chía” y el artículo explica con lujo de detalles lo que “sucedió” la noche en cuestión. Lo que no se menciona en ningún momento es de quién es la versión que se presenta a los ciudadanos como definitiva. ¿Es la versión de Ramírez? ¿La de la policía? ¿La de Andrés Jaramillo? Me cuesta creer que se trate de la versión de la joven que fue dejada tirada en estado semi-consciente en el parqueadero del restaurante.

En la primera parte del artículo se habla del señor Ramírez, haciendo énfasis en su formación de abogado “con posgrados en Inglaterra y España”. Tal información no aporta nada a la historia pero busca un efecto de empatía respecto al sujeto en cuestión. Se relata en detalle cómo y con quién llegó Ramírez al restaurante; qué hizo; cómo se conoció con la joven; cómo la invita a salir del recinto para tener más intimidad; cómo ella acepta la invitación. Luego se afirma que ambos “[l]legaron a un prado en la parte posterior del parqueadero del restaurante. Y allí, donde nadie los podía ver, se besaron y tuvieron una relación sexual”. Tres párrafos más abajo el artículo asevera que “[a]lrededor de los anteriores hechos no hay discusión” (ambos énfasis son míos).

Lo anterior es falso, pues si no hubiera discusión entonces no habría problema, ni habría denuncia. ¿Conoce la Revista Semana la diferencia entre “relación sexual” y “violación”? ¿Con qué derecho afirma la revista que no hay discusión alrededor de los anteriores “hechos” cuando la lista de “hechos” incluye precisamente el remplazo de “violación” por “relación sexual”? El meollo del asunto reside precisamente en la cuestión del consentimiento y, como unas líneas más abajo se expone en el mismo artículo, en este respecto la versión de la chica difiere de la de Ramírez: mientras que para él se trató de una “relación consentida”, para ella se trató de un “abuso sexual”. La diferencia entre estas dos expresiones no concierne ni el estilo ni la corrección política. Se trata de una diferencia semántica de peso que no se puede tomar a la ligera si en realidad se quiere hacer periodismo de calidad y con “carácter”, como pretende hacerlo Semana.

En la parte final del artículo el enfoque pasa a Andrés Jaramillo, a quien se describe como “un personaje muy popular y apreciado en la sociedad bogotana”. Una vez más tal popularidad y aprecio no viene a cuento, a menos que también se quiera generar empatía hacia él. Jaramillo no es la víctima aquí y sus declaraciones no son ni “desafortunadas” ni constituyen una “salida políticamente incorrecta” –ambas expresiones utilizadas por Semana— sino que efectivamente ponen la culpa en la chica y en su minifalda, además de justificar el abuso sexual. El hecho de que Jaramillo se haya disculpado no disminuye la gravedad de sus palabras.

En Colombia, como Semana misma ha reportado, el abuso sexual, físico y psicológico en contra de las mujeres es sistemático y endémico. Resulta entonces vergonzoso que una revista con la reputación de Semana use su poder mediático para defender a un sujeto –acusado de violación– que deja tirada a una persona en ese estado en el parqueadero de un restaurante; y a otro que da semejantes declaraciones cuando una mujer, después de ser usada sexualmente, es abandonada cual res muerta en el parqueadero de su establecimiento.

Cabe anotar que en un caso así es imposible encontrar evidiencia que pruebe el crimen, lo cual limita el rol del juez a decidir si da más credibilidad al acusado o al ente acusador. En este caso sin embargo –e independientemente de la culpabilidad o inocencia de Ramírez respecto al abuso sexual que se le atribuye– no cabe duda de que esta joven fue víctima de violencia: física por parte de Ramírez, quien la dejó tirada a su suerte después de usarla sexualmente y a sabiendas de que su estado de embriaguez era extremo (lo que claramente plantea dudas respecto a la capacidad de la joven para consentir a un acto sexual); y simbólica por parte de Jaramillo –quien la acusó de ser gestora del abuso al decidir usar minifalda– y de la policía –que deliberadamente retrasó la investigación violando así sus derechos como ciudadana.

Lo más indignante es que la Revista Semana en lugar de utilizar este deplorable caso de violencia contra la mujer para encaminar la discusión hacia un análisis crítico de una cultura que condona este tipo de comportamientos, e intervenir en el espacio público para sensibilizar a la ciudadanía y evitar que hechos como este se repitan, se erija como defensora de los victimarios. En otras palabras, en lugar de denunciar la violencia contra la mujer, la Revista Semana lamenta que esta historia haya tomado las proporciones que tomó y la desestima como un simple episodio de “Rumba y sexo” en un prestigioso restaurante de Bogotá.

La responsabilidad política de los medios de comunicación, todos lo sabemos, es enorme. Si se espera algún día romper el ciclo de violencia que azota a la sociedad colombiana desde tiempos inmemorables, se requiere que esta responsabilidad política sea tomada en serio por los periodistas. Este artículo evidencia un periodismo acrítico, que toma a la ligera una situación grave y endémica en Colombia, y la re-escribe a favor del victimario.

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