Artículo de Jo Littler* traducido con autorización de The Guardian. Puede leer la versión original aquí.
Resaltar las desigualdades fue un tema recurrente en 2017: desde las denuncias #MeToo acerca del sexismo sistemático más allá de Hollywood, a la presidenta del FMI [Fondo Monetario Internacional] quien dio señal de alerta por el aumento creciente de la desigualdad económica global, pasando por las imágenes incendiarias del movimiento Black Lives Matter.
¿Pero cómo debería tal indignación ser expandida para imaginar y crear una verdadera equidad este año? Suele ser más difícil responder esta pregunta que señalar ejemplos específicos de desigualdad.
Durante las últimas décadas las narrativas más influyentes sobre qué es la equidad han sido creadas por la derecha política. La equidad, se nos ha dicho incesantemente, significa máxima movilidad social y “meritocracia”, es decir, una sociedad donde se trabaja duro para liberar nuestro potencial y subir por la escalera del éxito.
Esta idea de igualdad de oportunidad ha saturado la cultura popular desde los años ochenta, desde novelas en las cuales jóvenes empleadas domésticas trabajan duro hasta convertirse en propietarias de centros comerciales, hasta empresarios ambiciosos que enseñan despectivamente las reglas de los negocios en shows de tele-realidad, pasando por los shows de talento cubiertos de lentejuelas que venden el sueño de que cualquiera puede hacerlo. Tal vez los formatos hayan cambiado, pero las historias de base siguen siendo las mismas.
En el mundo de la experiencia vivida, sin embargo, las cosas son de alguna manera diferentes. Donald Trump está supervisando un plan que trasladará 200 billones de dólares de las familias a las corporaciones. El Reporte Mundial de Desigualdad producido por Thomas Piketty y sus colegas acaba de revelar que el 0.1% de las personas más ricas del mundo ha adquirido una riqueza, de la creada globalmente desde la década de los ochenta, equivalente a la adquirida por la mitad de la población adulta mundial.
En el Reino Unido la comisión de movilidad social del gobierno dimitió en bloque. “No existe actualmente una estrategia general para abordar las diferencias sociales, económicas y regionales que afronta el país”, declaró el Reporte del Estado de la Nación sobre la Movilidad Social de 2017, el cual fue publicado al mismo tiempo que los ministros de la comisión dejaban su función. Este reporte llamó la atención sobre las geografías de privilegio extraordinariamente desiguales, un declive severo en movilidad social intergeneracional, la baja financiación de los pueblos costeros, las redes de transporte diezmadas y las escasas posibilidades para los/las niños/as que crecen en “puntos fríos de movilidad social”.
En filosofía política, la igualdad de oportunidades es una formulación de la derecha que se opone a la igualdad de resultados, la cual es una formulación de la izquierda. Su mantra de la meritocracia es usado para convencernos de que la movilidad social hacia arriba es responsabilidad nuestra como individuos y que siempre y cuando empecemos a partir de igualdad de condiciones, las profundas desigualdades de riqueza son aceptables. Más aún, éstas pueden ser un incentivo para el crecimiento.
El problema, por supuesto, es que tal formulación es una tautología pues ¿cómo podemos partir de igualdad de condiciones en una sociedad donde existen profundas diferencias de riqueza? Esto no es sólo imposible, sino que asumirlo constituye un absurdo. Sin embargo, la idea de que es posible ha sido tan generosamente financiada y promovida que actualmente se acepta como un hecho. Un conjunto selecto de ejemplos de movilidad social son enfatizados para hacerlos pasar como la norma social, mientras que las posibilidades económicas de la mayoría de la gente (las cuales tienen implicaciones en sus opciones de vida) van en caída libre. Incluso el Guardian no es inmune a la promoción de estos ideales combinados, publicando recientemente un artículo donde se argumenta que los vice-chancellors universitarios bien se merecen sus estratosféricos salarios.
La igualdad de oportunidades es poderosa (como idea) porque apela a nuestro sentido de esperanza, oportunidad y posibilidad y, simultáneamente, crea las condiciones para que sea imposible (como realidad). Esto es lo que la teórica cultural Lauren Berlant denomina como “optimismo cruel”. En años recientes, una industria integral de movilidad social ha sido construida para fomentar esta esperanza al mismo tiempo que se trabaja contra la posibilidad misma de su realización en el plano material. Foxtons – agente inmobiliario de las élites de Islington y Kensignton [dos zonas de Londres] – acaba de convertirse en el patrocinador orgulloso de los Premios de Movilidad Social en el Reino Unido.
La igualdad de oportunidades suena como equidad pero no lo es. La igualdad de resultados, en cambio, sí lo es. Interesada en los recursos económicos y materiales que la gente alcanza en el transcurso de la vida, el concepto ha perdido la batalla de la opinión pública durante las décadas pasadas. Ha llegado entonces el momento de revivirlo y así contrastar la idea abstracta de “oportunidades posibles” con la cruda realidad de a dónde llegan y qué obtienen las personas.
Una sociedad más equitativa sería una sociedad donde todas las personas tienen albergue, acceso a los servicios de salud, educación, alimentación , trabajo y tiempo para el descanso. Una sociedad donde no hay discriminación en función de la identidad, ni del sexo, ni del color de la piel. Una sociedad en la cual exista un sistema de “lujo público y suficiencia privada“, i.e, un sistema de bibliotecas, galerías y parques que sean espacios en los cuales todo el mundo puede participar. Este tipo de sociedad requeriría enfatizar objetivos equitativos y limitar drásticamente el poder corporativo y los salarios excesivamente altos. Implicaría acatar la demanda por los servicios públicos universales. Significaría darle prioridad al cambio climático puesto que es algo que afecta a todo el mundo.
Hay algo en la acusación de que la igualdad de resultados puede sonar como una solución final y autoritaria, mientras que la igualdad de oportunidad da la impresión, al menos, de poder crecer y florecer. Abordar este problema nos conduce a la esencia misma de cómo la equidad debería ser percibida: para que la equidad sea tentadora y verdaderamente democrática, se requiere primero profundizar la democracia misma.
Esto demandaría, por ejemplo, que haya partidos políticos donde el nivel local tiene un peso político en contraste con los “cascos vacíos” que dejaron en este sentido tanto el Blairismo como el Clintonismo (lo que Peter Mair designó como una “democracia sin partidos”). Significaría involucrar a los/as trabajadores/as en los planes para salir de los combustibles fósiles y entrar hacia las energías verdes, de la misma manera como los/as trabajadores/as manuales crearon propuestas para tipos de manufactura socialmente útiles en los años setenta cuando la compañía Lucas Aerospace se estaba cerrando. Significaría dejar de utilizar el sistema de vías férreas, de salud y de educación como espacios para que las corporaciones hagan sus beneficios.
También significaría tomar en cuenta las lecciones de coproducción, i.e., involucrar seriamente a los usuarios de las instituciones públicas (tales como hospitales y escuelas), en lugar de perpetuar los gestos de consulta artificiales que son sintomáticos de un servicio corporativo al cliente.
Hay innumerables ejemplos innovadores de democracia participativa sobre los cuales se puede construir – incluyendo la onda de revitalización de los gobiernos locales del “nuevo municipalismo”, tales como la plataforma ciudadana Barcelona en Comú (Barcelona en común). En el Reino Unido, la democratización de la membresía al partido laborista y la energización de las bases han sido enormemente influyentes en cautivar e involucrar el voto joven (la última elección general tuvo la tasa de participación joven más alta en los últimos 25 años). El feminismo hashtag de #MeToo empezó como un movimiento de bases en los Estados Unidos para ayudar a sobrevivientes de abuso sexual en comunidades marginales que no cuentan con centros de apoyo para víctimas de violación. En Mississippi, Cooperation Jackson está construyendo, a partir del movimiento Black Lives Matter y a través de su “economía solidaria”, una red local de sitios co-operativos incluyendo almacenes, un centro educativo y un banco.
En muchos aspectos la equidad es un tema complejo porque las vidas e identidades de la gente son infinitamente variadas, pero de otra manera también se trata de algo simple: la desigualdad, la discriminación y el autoritarismo son repulsivos.
En 2018 necesitamos alejarnos de las mentiras trilladas de la “igualdad de oportunidades”, la “meritocracia” y la “movilidad social”. Debemos trabajar más por la equidad en términos de resultados reales, mientras abrimos nuestras imaginaciones políticas a nuevas y más diversas formas de participación democrática.
*Dr Jo Littler es docence e investigadora en el Departamento de Sociología de City, Universidad de Londres. Su libro Against Meritocracy: Culture, Power and Myths of Mobility (Routledge) fue publicado en 2017.